sábado, abril 03, 2010

ASADOR BEDUA

Hemos pasado unos días en el País Vasco y mi conclusión es la misma de cuando salí de Barcelona. Todos los caminos conducen al chuletón. En mi punto de mira estaba el asador de Bedua, en la costa, a las afueras de Zumaia y al ladito de Zarautz, bonito pueblo turístico (¿turístico y bonito? en el País Vasco eso es posible, en Catalunya somos idotas y tenemos Salou y sus 8000 estudiantes ingleses echando la pota por la calle), que es donde Arguiñano tienen su restaurante. El asador de Bedua valía todo el trayecto que hicimos, era el corazón del viaje, y tanto nosotros como nuestros amigos Kike y Txell aparcamos en el caserón con la ilusión de que las expectativas fueran colmadas. Ya junto al restaurante, lo primero que encuentras son los huertos que abastecen al negocio con hortalizas de primera y a pocos metros unas feas naves industriales, quizás una síntesis de lo que es este país; luego antes de entrar en el comedor, es bueno detenerse ante la brasa de carbón donde un simpático cocinero con un perraco dándole vueltas oficia la ceremonia del chuletón, que es tan sencilla como el abecedario, pero en cuántos sitios del país podrás comerte ese pedazo de carne roja, gustosa hasta decir basta, de buey castrado. Parrilla, sal y a la mesa, el mejor chuletón que has comido en tu vida.


(Unos besuguitos hacen compañía a nuestros chuletones)

La experiencia sin embargo empieza con el mismo lugar, como digo un caserón recio pero arregladito por dentro, y la clientela, con orondos empresarios vascos que cierran sus tratos delante de unas angulas. Los entrantes son digna alfombra roja para el chuletón que vendrá después, con una tortilla de bacalao que se deshace en ella misma, crudita y jugosa, y unas alcachofas, y unas habas, y unas croquetas que no decepcionan, el único problema fue que las camareras se estaban pasando de velocidad a la hora de traer cada plato, haciéndonos comer como ganado famélico, probáblemente porque los chuletones ya estaban en la parrilla y había que atinar los tiempos para que no llegaran ni pasados ni fríos a la mesa. Cuando por fin sirvieron los dos platos con el rey de la carne magra todo fue comer y comprobar que las expectativas habían sido colmadas. Ante eso, uno paga la cuenta con gusto y espera volver algún día a gozar de un festival primitivo y único.